Capítulo 19: La Pintora

>> sábado, 11 de abril de 2009

La Pintora

El teléfono sonó un poco antes del mediodía. Una voz anónima le había indicado que iba a ser de su conveniencia acudir de inmediato a la habitación 108 del motel “Miraflores”.

Cordelia Ribera no sabía bien a bien qué hacer.

Sospechaba desde hacía mucho tiempo de la infidelidad de su marido Mario, pero tampoco no estaba decidida a actuar al respecto.

Si bien Mario no era el marido perfecto, de hecho en términos de una evaluación de provecho beneficio hecha con un frío cálculo empresarial, esa empresa llamada su matrimonio ya hace mucho tiempo se hubiera tenido que declararse como irremediablemente en bancarrota.

Finalmente Cordelia le habló al Juventino, el chofer de la familia para que, con cámara en mano, acudiera al motel y tomara todas las fotografías posibles para, por lo menos conocer a la otra.
La vida le había regalado dos cosas, una belleza nata e interesante y un talento inigualable para expresar con pocos trazos los temas más complejos en un lienzo. A su primer regalo, la belleza, nunca le prestó demasiada atención. En realidad le hubiera ido mejor a su carácter tener características físicas que la hicieran pasar más desapercibida. No entendía, como era que los hombres automáticamente la volteaban a ver, vistiera como se vistiera, como era que le querían invitar helados, cafés y, los más osados, llevarla una noche a un hotel. Cordelia no era, ni había sido nunca, ni coqueta, ni receptiva para los avances del sexo opuesto. En la edad que para las demás chicas era la de la punzada, se había sumido por primera vez en un proyecto que resultaría ser su verdadera vida, el pasar horas y horas frente a uno o varios lienzos simultáneamente plasmando sus ideas e inspiraciones. Después de haber pasado varios años bajo la tutela de los mejores maestros de pintura del puerto de Veracruz y haber asistido a numerosas clínicas de pintores famosos que pasaban por la ciudad de México, Puebla o Monterrey, Cordelia había encontrado un estilo propio que pronto encontró seguidores no solo en su natal puerto, sino en el país entero.

Su noviazgo con Mario, su boda, y aun sus embarazos y el nacimiento de sus dos hijos, habían sido una especie de entre capítulos en la novela de una vida dedicada al arte y nada más que al arte. No era que no quisiera a sus hijos, por el contrario, la realidad era que los adoraba, sin embargo, las atenciones maternales le eran tan extrañas como a otras personas les era el aprender el chino. Lo mismo había sucedido en su relación de pareja. Al no compartir ni entender su marido su pasión por el arte y lo que a través de él expresaba, los caminos de ambos se habían apartado casi en el momento de darse el si teniendo como testigos a la crema y nata de la sociedad veracruzana en el hermoso recinto de la catedral porteña.

Casa y estudio del Cordelia estaban ubicados en la parte elevada del fraccionamiento Costa de Oro del puerto y desde ambos, casa y estudio, se tenía una vista privilegiada sobre una parte de la costa y el mar. En el estudio de Cordelia, los amplios ventanales permitían la entrada ilimitada de la luz y tenia instalado un sistema de polarización que podía regular de acuerdo a sus antojos y necesidades. Un potente aire acondicionado garantizaba la existencia de una temperatura de trabajo óptima para que no se ablandaran los oleos con los que trabajara ni se secaran demasiado rápido. En pocas palabras Cordelia contaba con todas las comodidades que se le podían ofrecer a la hija de una de las familias más acomodadas y de mayor abolengo del Puerto de Veracruz. Pero aquel que lo supusiera, en realidad estaba equivocado, ya que la pintora había mandado instalar toda esa parafernalia con el producto de la venta de sus pinturas que a los pocos años de darse a conocer en los mercados de arte ya eran bien cotizadas.

La infidelidad de su marido y la llamada anónima que había recibido le molestaban no por el hecho de que su marido le fuera infiel, ni por el que diría la sociedad en caso de descubrirlo, sino porque le habían quitado la concentración que necesitaba para estar involucrada en su más reciente proyecto.

Este proyecto para ella había sido todo un reto. El comité organizador de las fiestas del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, había lanzado una convocatoria nacional para la creación de murales móviles alegóricos, cada uno con un tamaño de 20 por 30 metros, que se iban a reproducir y exhibir a lo largo y ancho del país. Cuando Cordelia leyó la convocatoria inmediatamente se había apasionado con la idea y se había impuesto como reto el formar parte de los artistas involucrados.

El muralismo mexicano, surgido como expresión revolucionaria, era una de las manifestaciones más importantes del arte mexicano del siglo XX. Cordelia lo había estudiado profundamente desde la secundaria y cada vez que tenía la oportunidad pasaba horas contemplando sus obras en los diversos edificios públicos del país donde se exhibían sus ejemplos. Una de las obras que más la habían fascinado era “La Marcha de la Humanidad”, el mural más grande del mundo pintado por David Alfaro Siqueiros en el Polyforum de la ciudad de México.

Lo que a Cordelia le fascinaba en particular del muralismo, y le encantaba retomar para la obra que iba a crear, era el nivel simbólico en la que los artistas habían proyectado los mensajes. Para ella, estaba claro que si la palabra era el lenguaje con el que se comunicaban los planos conscientes de los seres humanos, el lenguaje simbólico era el de la comunicación en los planos espirituales.

La pintora se llevó varios meses estudiando, recopilando, buscando, extrayendo símbolos que le posibilitaran llevar a la gente el mensaje de la evolución de México como país y como comunidad espiritual. Y su trabajo había sido fructífero. Había ingresado en el selecto grupo de los murales escogidos.

Para enfrentar la infidelidad de su marido Mario, en estos momentos simplemente no tenía tiempo, por más que la llamaran anónimamente por teléfono para obligarla a actuar.

Cordelia tenía que prepararse física, anímica y mentalmente para participar activamente en la gira de los murales. Su primera participación iba a ser en León, Guanajuato, la capital industrial de ese Estado, y desde allí tendría que acompañar, junto con dos artistas seleccionados más, la gira de los murales por todo el estado cuna de la independencia de México. Esa gira iba a durar varias semanas. Unos meses más tarde tendría que hacer lo mismo en otros estados más que le habían sido asignados en el sorteo: Coahuila, Chiapas, México, Yucatán y Durango.



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